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Opinión: Tan Fuerte tan Cerca

Por Neva Milicic, psicóloga

La creación de vínculos entre padres e hijos es, con razón, un tema de preocupación para todos quienes se interesan realmente por los niños, ya que la vinculación afectiva es vital para su bienestar emocional, pero también incide en la calidad de vida de los adultos.

Los adultos, sin embargo, pueden sentirse abrumados cuando les es difícil conectarse en forma positiva con el mundo emocional de sus hijos.

La película "Tan fuerte tan cerca", del director Stephen Daldry, con varias nominaciones al Oscar, basada en la novela del mismo nombre de Jonathan Safran Foe, se basa en mostrar la fuerza e importancia de las relaciones familiares para el desarrollo infantil.

La película se inicia mostrando un fuerte vínculo entre un padre y su hijo, establecido a través del juego y de la aventura, graficando cómo el niño aprende en forma significativa a través de verdaderas expediciones que emprende con su padre, ya sea en forma real o virtual.

El protagonista es un hijo único de nueve años que tiene algunas características que lo hacen vulnerable, las que el padre sabe aprovechar, adaptándose con una enorme inteligencia emocional a sus características y necesidades.

Esta relación se ve truncada el 11 de septiembre de 2001 por el atentado a las Torres Gemelas, donde el padre desaparece y comienza una dolorosa crisis en el niño y en su familia.

Esta crisis cambia radicalmente el escenario donde vive el niño, y es el telón de fondo donde transcurre el drama de un hijo que adoraba a su padre y lo pierde.

La trama consiste en la búsqueda de una cerradura que pueda abrir una llave que encierra un misterio que el niño busca desentrañar.

El proceso de elaborar el duelo, producido por la pérdida del padre, es emprendido por el niño aparentemente muy solo, pero en la realidad no lo está, ya que el director va narrando cómo existe toda una comunidad atenta a cuidar ese niño que sufre: una madre que sutilmente va tejiendo vínculos protectores; una abuela que es una presencia inteligente y activa, y un muy peculiar abuelo dañado en su infancia y que en este nieto logra reparar, parcialmente, las deficiencias que tuvo como padre por sus traumas infantiles.

Pero en esta elaboración del sufrimiento también está presente el padre muerto, en los maravillosos recuerdos y en los mensajes que dejó.

Es la presencia a través de la memoria emocional que se mantiene en la ausencia, con la recuperación de las experiencias emocionales compartidas, las que, con el paso del tiempo, son cada día más valoradas.

En una sociedad de buenas personas, la responsabilidad por la infancia corresponde a los adultos que cuidan de sus niños, no sólo de aquellos con quienes están ligados por lazos familiares y de afecto, sino con toda la comunidad, porque son niños y necesitan del cuidado y de una presencia adulta comprometida, amorosa y protectora.