Por Neva Milicic, psicóloga.
Cuando le preguntamos a alguien que anda con una mirada de ensoñación: ¿En qué estás pensando?, lo hacemos, porque tenemos al menos una hipótesis de que lo que está pensando es algo significativo.
Y esto es especialmente cierto con los hijos, con quienes la intensidad y cotidianidad de los vínculos hace a los padres verdaderos expertos de lo que ellos están sintiendo.
No se trata de brujería sino que de observaciones continuas, las cuales sumadas a los recuerdos almacenados y a la resonancia emocional que se tiene, hacen que se pueda intuir lo que la otra persona está vivenciando.
Si a todo ello se le agrega reflexión y razonamiento, no es de extrañar que sea posible una lectura de la mente del otro, aunque no haya intercambio verbal.
El psiquiatra norteamericano Daniel Siegel llama "visión de la mente", "mindsight", a la habilidad que permite que el cerebro de una persona se haga un mapa mental del estado interno de otra persona.
Una buena lectura mental es la base de la cercanía afectiva, porque permite ajustar y afinar muchos comportamientos al estado emocional del otro.
Sin duda, es un elemento que se encuentra en la base de la inteligencia emocional y social.
Por supuesto que esta lectura no es exacta, porque hay mucho del otro que se nos escapa, pero sí da una apreciación global para lograr una sintonía emocional con el otro.
La lectura mental también se aplica desde nosotros mismos. En la medida en que nos percibimos con mayor claridad nos resultará más fácil comprender a los otros.
Los niños, desde muy pequeños, reaccionan ante las diferentes expresiones del rostro humano.
Basta ver cómo responden a la risa de sus padres o cómo lloran sin consuelo frente a un ceño fruncido o de enojo.
También el discurso verbal facilita la lectura de la mente, tanto a través de las palabras como del tono emocional.
Según la teoría de la mente, a los cinco años los niños desarrollan fuertemente esta capacidad de entender lo que piensa el otro.
En esta edad se comprende que el otro tiene una mente diferente a la propia, y que, por lo tanto, puede pensar distinto y tener una imagen nuestra.
Si bien tener una buena lectura mental es una capacidad que puede desarrollarse y será útil para ayudar a otros, hay que ser cuidadosos y discretos en su expresión.
Siempre es bueno ajustar el comportamiento a lo que le pasa al otro, pero muchas veces es mejor ser discretos y no "jugar al adivino".
Recuerde que las confidencias son un regalo y no algo que se obtiene a la fuerza para hacernos sentir más "inteligentes emocionalmente".
Cuando le preguntamos a alguien que anda con una mirada de ensoñación: ¿En qué estás pensando?, lo hacemos, porque tenemos al menos una hipótesis de que lo que está pensando es algo significativo.
Y esto es especialmente cierto con los hijos, con quienes la intensidad y cotidianidad de los vínculos hace a los padres verdaderos expertos de lo que ellos están sintiendo.
No se trata de brujería sino que de observaciones continuas, las cuales sumadas a los recuerdos almacenados y a la resonancia emocional que se tiene, hacen que se pueda intuir lo que la otra persona está vivenciando.
Si a todo ello se le agrega reflexión y razonamiento, no es de extrañar que sea posible una lectura de la mente del otro, aunque no haya intercambio verbal.
El psiquiatra norteamericano Daniel Siegel llama "visión de la mente", "mindsight", a la habilidad que permite que el cerebro de una persona se haga un mapa mental del estado interno de otra persona.
Una buena lectura mental es la base de la cercanía afectiva, porque permite ajustar y afinar muchos comportamientos al estado emocional del otro.
Sin duda, es un elemento que se encuentra en la base de la inteligencia emocional y social.
Por supuesto que esta lectura no es exacta, porque hay mucho del otro que se nos escapa, pero sí da una apreciación global para lograr una sintonía emocional con el otro.
La lectura mental también se aplica desde nosotros mismos. En la medida en que nos percibimos con mayor claridad nos resultará más fácil comprender a los otros.
Los niños, desde muy pequeños, reaccionan ante las diferentes expresiones del rostro humano.
Basta ver cómo responden a la risa de sus padres o cómo lloran sin consuelo frente a un ceño fruncido o de enojo.
También el discurso verbal facilita la lectura de la mente, tanto a través de las palabras como del tono emocional.
Según la teoría de la mente, a los cinco años los niños desarrollan fuertemente esta capacidad de entender lo que piensa el otro.
En esta edad se comprende que el otro tiene una mente diferente a la propia, y que, por lo tanto, puede pensar distinto y tener una imagen nuestra.
Si bien tener una buena lectura mental es una capacidad que puede desarrollarse y será útil para ayudar a otros, hay que ser cuidadosos y discretos en su expresión.
Siempre es bueno ajustar el comportamiento a lo que le pasa al otro, pero muchas veces es mejor ser discretos y no "jugar al adivino".
Recuerde que las confidencias son un regalo y no algo que se obtiene a la fuerza para hacernos sentir más "inteligentes emocionalmente".