Ir al contenido principal

Actualidad: El Imperio del Hijo Único

En los últimos 20 años, los hogares en Chile con hijos únicos aumentaron un 54,5 por ciento. Y el fenómeno seguirá creciendo.

Por Juan Ibáñez, El Mercurio.

Maximiliano tenía cuatro años cuando dejó caer la siguiente pregunta: Papá ¿cuánto pagaste por mí en el supermercado?... Quiero comprarme un hermanito.

Sus padres, Solange Araya, 35 años, psicóloga del hospital de Curacaví, y Pablo Riff, 34 años, ingeniero, dueño de una importadora, se miraron mudos.

Jugando con la fantasía de Maximiliano, podríamos decir que la demanda de hijos en este supermercado llamado Chile es cada vez más baja. Y más tardía.

Algo que a juzgar por "Entendiendo el mundo juvenil" (uno de los estudios más importantes que se han hecho en Chile sobre los jóvenes), no se debe tanto a una pérdida en la "valorización" de los hijos, sino a su alto costo.

Principalmente en el ítem educación, como demostró otro estudio, esta vez realizado por el economista Rodrigo Cerda, actual coordinador macroeconómico del Ministerio de Hacienda.

Maximiliano era en 2006 uno de los 500 mil chilenos que tenían entre 0 y 4 años. Una década antes, los niños de esa edad en Chile eran un millón y medio, el triple.

Según el INE, la actual tasa de fertilidad en el país es de 1,9 hijos en promedio. Muy cerca a la de los países desarrollados de Europa, donde la tasa es de 1,4.

Pero el instituto entrega un dato aún más concluyente: entre 1990 y 2006, los hogares con hijos únicos crecieron un 54,5 por ciento.

Y probablemente la curva siga en alza. De acuerdo al documento "Entendiendo al mundo juvenil", el 60 por ciento de los jóvenes en Chile quiere tener sólo uno o dos hijos.

Junto a ello hay otro fenómeno que reafirma el panorama. Uno que no está medido estadísticamente, pero sí es percibido en la práctica.

El sostenido aumento de mujeres que luego del parto piden algún método anticonceptivo de largo plazo.

De esterilización tubárica a métodos menos definitivos pero duraderos, como los implantes intrauterinos, asegura el doctor Ricardo Pommer, presidente de la Sociedad Chilena de Medicina Reproductiva.

Pero más allá de los números están las familias reales como la de Maximiliano. Padres que decidieron tener un solo hijo, una decisión que muchos comparten, pero una buena parte critica por los supuestos efectos que ello tendría en los niños y en la sociedad.

LAS COSAS QUE DEJÉ POR TI

No era una cosa de todos los días, pero sí se lo preguntaban de tanto en tanto. Cuando Pilar Pizarro (35 años, perito grafóloga y psicóloga) estaba soltera, el tema era cuándo iba a pololear. Cuando estaba pololeando, la pregunta era la fecha del matrimonio.

"Yo llegué a preguntarles a mis papás qué pensaban si yo no me casaba y no tenía hijos. Me dijeron 'bueno, es una opción válida si es la tuya'. No era algo a lo que yo aspirara, no era el sentido de mi vida. Eso pasó cuando me topé con Esteban".

Cuatro años atrás su centro y el de Esteban Murúa (37 años, diseñador y periodista independiente) era el trabajo, "no por un tema de lucas, sino de autorrealización", explica él.

"Conocernos fue súper detonante, nos permitió darnos cuenta de que la vida no era el trabajo y que había algo más.

Fue paulatino, por supuesto, porque antes era living la vida loca. Hacíamos lo que queríamos, viajábamos o me compraba puros juguetes: la bicicleta más cara, una moto, un súper computador. Ahora lo veo todo como una herramienta".

Entonces se casaron. Y estuvieron a punto de comprarse un departamento en el barrio Lastarria para llevar una "vida cool", con bicicletas de paseo y cafés en la puerta de la casa.

Hasta que se hicieron una pregunta hipotética. "¿Y qué pasa si tenemos un hijo?, ¿dónde nos gustaría criarlo? ¿Qué es lo que realmente nos interesa?".

Y el hijo llegó. Se llama Esteban, y mientras su padres dan esta entrevista, él dibuja un ser azul en las paredes blancas de su pieza, de esta sencilla casa en medio de una bucólica parcela en Batuco.

Y a pesar de ello, las preguntas esporádicas a Pilar, su madre, no han parado.

"Cuando nos casamos era '¿cuándo vas a tener un hijo?'. Y ahora es '¿cuándo van a tener el segundo?'... De repente me dicen 'Pili, ¿cómo vas a ser tan egoísta de no darle un hermano a Esteban?'".

-¿Y qué responde?

-Para mí es más egoísta trabajar hasta las siete u ocho de la noche y no verlo. Llegar cuando esté durmiendo o tan cansada que no voy a querer jugar... Creo que si tuviéramos más hijos, tendríamos que centrarnos más en las lucas. Con uno puedes flexibilizarte un poco, decir: "Ya, nos sirve, nos alcanza, gano menos, pero tengo más tiempo".

Es un tema recurrente en los padres actuales, una razón fundamental a la hora de decidir tener un solo hijo: la escasez de tiempo.

Ese equilibrio de malabarista que requiere actualmente la vida laboral, familiar y las necesidades personales de cada uno.

Pilar lo descubrió durante un posnatal de seis meses, debido a un reflujo que afectaba a su hijo Esteban.

"Fue fantástico tener ese tiempo con él, pero después del quinto mes estaba desesperada en la casa, estaba mal. Nuestras peores peleas fueron en esa época.

Descubrí que necesitaba hacer mis cosas, mantenerme mentalmente activa, desarrollando todas mis potencialidades. Estoy más feliz y la vida familiar funciona mejor.

Que casarse y tener hijos signifique postergarte, no es una opción. Ambos podemos seguir creciendo intelectual, profesionalmente, teniendo un hijo. Eso sería muy difícil teniendo dos o tres".

Por eso, y por el equilibrio entre su tiempo y el de su hijo, Pilar decidió cambiar su trabajo de jornada completa por uno de medio tiempo.

Esteban, su marido, lo aprendió el año pasado cuando tuvo un "trabajo soñado" relacionado con la Expo Shanghai.

"Pero no los veía y sufría por eso. Llegaba a las diez de la noche a la casa y estábamos peleando tanto como en el postnatal. Decidimos sacrificar esa situación altamente rentable, por tres meses en que estuvimos súper apretados. Así entendemos la familia, tener un solo hijo no es una decisión práctica porque sea más barato, sino porque así tenemos una mejor calidad de vida que nos permite estar contentos a todos, en cada una de nuestras áreas", dice.

EL PEQUEÑO EMPERADOR

Un tema recurrente es la aprehensión de que los hijos únicos crezcan sin hermanos. Más aún, cuando sus padres crecieron rodeados de hermanos.

Es, quizás, el tema más difícil de resolver. Las familias intentan solucionarlo con ayuda del jardín, del colegio, de las actividades extraprogramáticas o la vida junto a los primos durante el fin de semana.

Es también uno de los temas más importantes para los padres, que deben enfrentar la sombra de estereotipos con nombres que asustan: "El niño tirano" o "El pequeño emperador", un concepto surgido en el marketing, basado en la experiencia de los "jóvenes consumidores" en China, un país donde las políticas estatales apuntan a tener sólo un hijo.

Ahí descubrieron que los hijos únicos eran un "gran nicho comercial" por tener al menos seis adultos con ingresos a "su disposición": los padres y los cuatro abuelos.

Pero como muy bien saben los padres de hijos únicos, todo depende de la crianza y el entorno.

"Ser hijo único no implica necesariamente que va a tener más dificultades que un hijo con hermanos. Todo depende de los vínculos que se establecen con los padres y los estilos de crianza. No obstante, un hijo único no enfrenta las dinámicas propias del tener hermanos. Esto puede ser contrarrestado, en la medida en que desde pequeño el niño esté en contacto con pares y tenga experiencias de juego, ya sea con primos, vecinos, etc... Y la dinámica con los padres", explica la sicóloga infantil Verónica Pérez.

Eso fue lo que tuvo que aprender Pablo Riff a punta de berrinches de su hijo, esos que sólo le daban con él y no con la mamá.

El click no sucedió cuando Maximiliano (hijo único, nieto único y único sobrino de los dos hermanos de Pablo) le preguntó cuánto había pagado por él en el supermercado, sino cuando empezó a hacerle pataletas a la entrada del colegio.

"Yo era el que le compraba todo. Me pedía en el supermercado un juguete de 15 lucas y se lo compraba. Era tonto, lo hacia de cariño, es que lo adoro... Yo siempre quise tener el castillo de Grayskull y el Optimus Prime, pero en esa época eran carísimos. Y mi viejo hacía tremendos esfuerzos, pero no se podía, había que repartir los juguetes entre los hermanos. Cuando empecé a ganar plata, le compraba todos los juguetes de cariño, pero después me di cuenta de que le estaba haciendo un tremendo daño".

"Habíamos tenido un montón de peleas con Pablo por lo mismo, pero no me hacía caso", dice Solange Araya.

"Así que fuimos a una psicóloga. Ahí comenzamos a ver cambios conductuales. Desaparecieron las pataletas y empezó a llegar con caritas felices por su comportamiento en el jardín".

UN PAÍS SÓLO PARA GRANDES

Para el matrimonio de Nelson Morales y Mireya Rivera, lo ideal sería tener tres hijos. O al menos dos.

A él le encantaría poder llegar a casa a las seis de la tarde para hablar con su hijo, jugar con él, hacer las tareas y acostarlo.

A ella le encantaría dejar su trabajo de secretaria para estar en la casa con sus hijos hipotéticos, como lo hizo durante los primeros dos años de Tomás, su único hijo, de siete años.

Pero eran otros tiempos. Mejores en lo material, cuando su marido tenía un trabajo estable y bien pagado como sonidista de una radio que ya no existe.

Les encantaría, pero cuando Nelson sacó las cuentas, las matemáticas dijeron lo contrario.

Porque Mireya tiene 42 años -fueron a ver a un doctor para enterarse de los riesgos- y los tratamientos de fertilidad son prohibitivos y no forman parte de la salud pública, a excepción de los 400 cupos para tratamientos gratuitos que entrega el Instituto de Investigaciones Materno Infantil, un organismo de fertilización asistida de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, pionero en Latinoamérica.

"Si se quisiera cubrir toda la demanda anual en el sector público, debieran ser 3.000 cupos al año", dice su director, el doctor Ricardo Pommer.

Las matemáticas no cuadraron, sobre todo, porque implicaría sacar a su hijo del colegio particular subvencionado donde estudia, y los gastos aumentarían de una forma en que él, que ya trabaja de lunes a lunes, no podría solventar.

Y la idea de esta familia sin deudas, y con un ingreso que equivale a la de la mayoría del país, es seguir así.

"Encontrar un colegio bueno, laico y no tan caro, es súper difícil", dice Mireya. "Todos los laicos buenos son privados, son carísimos y nos quedan lejos a nosotros que vivimos en el barrio Yungay. Los colegios buenos para la clase media son católicos, y como nosotros somos evangélicos, no aceptan a nuestros hijos. Ni siquiera lo dejaron postular".

Por eso, a pesar de que viven sin lujos, Nelson tuvo que tomar la decisión de que Tomás sería su único hijo.

Porque si trabajando de lunes a lunes apenas le alcanza el tiempo para estar con él, con dos sería imposible.

Dice que si hay algo que no quiere repetir, es llegar reventado, mal genio y con la cara larga, como le pasaba a su papá, "que se tenía que sacar la mugre para mantener a sus cuatro hijos".

"No sé cómo será en otros lados", dice, "pero lamentablemente en este país te exigen cumplir unos horarios muy extensos, a lo que hay que sumarle los traslados, y eso va en perjuicio de estar en la casa.

Por un lado, la sociedad te exige ser un buen padre, ser un formador, pero por otro lado te quita la posibilidad de cumplirlo, de llegar a las seis para tomar once con tu familia y conversar.

Yo creo que es un tema fundamental para el país. Buenos padres, comprometidos, generan mejores personas.

Y mejores personas generan una mejor sociedad. Yo quiero ser un buen padre, un buen trabajador, un buen esposo, pero te aprietan y te sobrecargan y, en lugar de ayudarte, te lo hacen más difícil".