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El Juego y la Inteligencia Emocional

Por Neva Milicic, sicóloga.

Si hay algo que resulta fascinante para los niños es el juego, y para los adultos que están conectados con los intereses de los niños también; verlos jugar resulta un espectáculo maravilloso. Pero además hay consenso que el juego es un espacio privilegiado para el desarrollo de la inteligencia emocional y social de los niños.

Desafortunadamente en la vida cotidiana se deja cada vez menos espacio para que los niños jueguen libremente solos o con otros amigos.

Los niños son poco dueños de su tiempo, están controlados desde afuera y, sin duda, si ellos pudieran elegir jugarían más y lo dicen con frecuencia y con mucho énfasis: “Necesito y quiero más tiempo para jugar”.

Es que lo del juego para el desarrollo de los niños —valga la paradoja—, no es un juego. Jugar constituye una herramienta de primer orden para el logro del desarrollo afectivo y social. Un niño que pierde el interés por jugar, está sin duda enfermo; podrá ser la fase inicial de alguna enfermedad física o podrá tratarse de un cuadro depresivo, pero no es normal que un niño no quiera jugar.

En los juegos activos con sus iguales, el niño además de divertirse —lo que sin duda es un valor en sí mismo— logra un efecto positivo en la salud, ya que mejora las defensas.

Jugar desarrolla además un sinnúmero de competencias sociales y emocionales que serán un aprendizaje esencial para la convivencia social.

En el juego socio-dramático que realizan con sus compañeros como cuando juegan al doctor, a la familia o al colegio, los niños tienen una oportunidad de elaborar la percepción de los roles propios y de los demás. El juego da también una oportunidad de elaborar eventuales conflictos emocionales, como los celos con los hermanos, los sentimientos de exclusión y el miedo al fracaso, entre otros muchos conflictos que se expresan en forma clara en el juego. Elaborar bien los conflictos es un signo de inteligencia emocional.

Una de las funciones que se ve más beneficiada con los juegos y juguetes es la imaginación. El juego es un espacio de libertad, es por ello que mientras más versátil es un juguete mejor podrá estimular la creatividad infantil.

La escasa posibilidad que tienen los niños actuales de compartir con otros niños de su edad debido a que hay menos vida de barrio, menos contacto con primos, hace que muchos niños se interesen tempranamente por temas de adultos, produciéndose una reducción de los intereses propios de la infancia. Enfrentan así temas sin tener la preparación emocional para enfrentar las problemáticas, lo que puede tener repercusiones muy negativas para su desarrollo emocional.

Revalorar la oportunidad de juego con iguales, como un espacio de libertad, para crear e inventar es una experiencia fascinante. Por ejemplo, tener un baúl de disfraces favorece que los niños desarrollen una actitud creativa en el juego. La entrega de materiales, que por ser moldeables le permiten al niño la expresión de sus sentimientos y emociones, es una ayuda para lograr el contacto consigo mismo.

El juego es un elemento de desarrollo de su capacidad de establecer vínculos; el niño que no sabe jugar a lo que juegan sus compañeros va quedando excluido y de alguna manera pasa a ser periférico a su grupo social.

Con los hijos únicos es necesario tener una actitud muy activa para compensar los espacios de juego que se dan en las familias donde hay más hermanos. También con los hijos mayores, que pueden ser muy “mandones” porque están acostumbrados a que sus hermanos pequeños los sigan, es importante darle la oportunidad de jugar con otros niños de su edad o mayores, para que se acostumbren a no ser siempre el que tiene el poder.

Al jugar en grupo los niños aprenden a respetar las reglas, a aceptar que no siempre se gana, a aceptar que es necesario respetar turnos para que los juegos resulten. Mientras se juega, se aprende a elaborar y a tolerar la frustración que significa perder.

Los padres, al jugar con los hijos, pueden desarrollar bien las fortalezas de sus hijos y suplir sus carencias así como actuar como un modelo positivo para que el niño o la niña vaya fortaleciendo las competencias sociales y emocionales que se desarrollan en forma espontánea a través del juego. Estas competencias constituyen la base de la inteligencia emocional en la infancia.